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La leyenda continúa - Capítulo II

Capítulo II

La Leyenda continua

“Necesito hombres. Doce serán suficientes. Pongo el barco y la comida. No tengo nada más. Iremos a partes iguales.”

Aquel ofrecimiento podía ser una promesa sincera o la mayor de las trampas. Todos lo sabían. Nadie se movió. El aire cargado de humo se hizo aun más espeso. El Excelsior, fondeado en la bahía, esperaba. Si Juan de Mengíbar no le hubiera mantenido la mirada y se hubiera levantado pausadamente para colocarse a su lado, James Carson no habría conseguido tripulación en ninguna de las tabernas del condado de Down.

Pero Juan de Mengíbar salió de la sombra del fondo del local. Uno a uno, once hombres dieron un paso al frente.

Si hay algo que hace a un hombre confiar en otro, James Carson y Juan de Mengíbar lo comprendieron en aquel momento. Jamás lo olvidarían. Juan de Mengíbar nunca parecía tener prisa. Tampoco mal humor.

Ni las tormentas ni la malaria ni el paso del tiempo consiguieron alterar su calma y su media sonrisa. Era la herencia de sus primeros años en la sombra de las calles de la judería cordobesa, en el silencio concentrado del taller de platería que su padre heredó del suyo y éste a su vez de una larga cadena de antepasados. Conservó el oficio que aprendiera de pequeño y al atardecer, en la proa del Excelsior, trabajaba la plata que luego adornaría a la tripulación. Sólo una vez James Carson lo vio palidecer conteniendo la ira. Fue en Timor. El día había sido productivo. Siempre se hacían buenos tratos con los mercaderes indios. Y su cortesía era exquisita. En señal de amistad, Juan de Mengíbar ofreció al patrón del Madrás una hebilla de plata repujada. Él recibió un saquito de espejuelos lleno de turquesas, bolas de hueso, piedras, asta de búfalo y pieles. Un marinero, borracho, se rió,

- ”Baratijas para engañar a los niños y a los tontos”

Juan de Mengíbar sacó una bola de hueso, la acarició, su tacto era aún rugoso,

- “El universo entero cabe aquí, esperando una huella, desconocido y lleno de sorpresas. Como se labra una cuenta, se doma el corazón. No es tarea de niños ni de tontos. No lo olvides.”

Durante años, circularon mil explicaciones para su parche en el ojo. Se habló de un duelo, de un amor maldito, de una emboscada en una callejuela de Córdoba, de un acto de valor para defender a un hermano, de una huída. Se dijo que era sólo un adorno. Él nunca dijo nada. Nada en claro. Parte de la leyenda...

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